martes, 1 de marzo de 2016

Doctorado: trabajo de campo

Desde hace unos meses me encuentro inmersa en una de las fases más bonitas del Doctorado, que es el trabajo de campo. A lo largo de este curso lectivo me dedico a ir a coles, institutos y ludotecas para conocer a estudiantes y preguntarles sobre sus gustos, intereses, creencias y aspiraciones, y también para charlar sobre lecturas, sobre príncipes y princesas, sobre los sueños, sobre la vida. Es fascinante poder compartir estos ratos con ellos y conocer sus historias y sus planteamientos que, en numerosas ocasiones, me dejan con la boca abierta. Y me consta que ellos disfrutan, pues les gusta expresarse y ser escuchados.

Durante la preparación de la tesina (TFM), que fue un trabajo de características similares al que estoy llevando a cabo ahora pero a menor escala, también tuve la oportunidad de acudir a centros para hablar con adolescentes y me apetece mucho compartir la experiencia. Me brindaron su ayuda respondiendo cuestionarios, redactando cuentos y reflexiones personales, ilustrando sus escritos, comentando lecturas, etc. Una de las actividades más enriquecedoras que llevamos a cabo fue un debate cuyo interés se centraba en las diferencias significativas que ellos percibían entre los chicos y las chicas.

La mecha para encender los debates fue un par de fotos de juguetes LEGO, uno de los años 80 y otro de la actualidad. Las diferencias entre ellas son abismales.




En la primera foto podemos ver a una niña con un atuendo que bien podría ser el de un niño, muy natural en su aspecto y en su gesto, sosteniendo una construcción de LEGO que ella misma ha hecho (En una entrevista que le hicieron años después, la niña del anuncio comenta que tanto la ropa como la construcción son suyas, en una época en la que la publicidad no era tan artificiosa como ahora). Se trata de un juguete multicolor, con infinitas posibilidades de entretenimiento, que estimula la creatividad y la imaginación y que resulta igualmente atractivo tanto para chicos como para chicas. No manifiesta estereotipos de ningún tipo y su lema What it is, is beautiful (Lo que sea, es hermoso) es claro y directo. En la segunda foto, encontramos un juguete de la colección de LEGO Friends, una caravana en un ambiente campestre, repleta de accesorios y con dos muñecas (Olivia y Nicole). Los colores predominantes son el rosa y el morado y, aunque el juguete está empaquetado con sus piezas sueltas, sólo hay una manera correcta de montarlo, que viene indicada en las instrucciones. A pesar de todas las posibilidades de juego que presenta esta caravana, ya que las historias y aventuras que se pueden inventar con las muñecas son muy numerosas, es cierto que deja poco espacio a la imaginación, ya que el juguete en sí no puede ser cualquier cosa. Es y siempre será una caravana. Además, las connotaciones de género que tiene el juguete son innegables. Es para niñas, de eso no hay duda.

Al contrastar las fotos, todos los adolescentes, por unanimidad, afirmaron que el primer juguete era unisex y el segundo sólo para niñas. Al preguntarles el por qué, indicaron que se debía a los colores. De hecho, algún chico comentó que, en las tiendas de juguetes, la diferenciación está muy clara: a un lado del pasillo están las estanterías llenas de juguetes rosas (princesas, peluches, bebés, maquillaje y joyas) y enfrente están los juguetes azules (coches, soldados, balones y armas). Ante esta afirmación, consideré la posibilidad de preguntarles si creían que la oferta en las tiendas de juguetes está condicionada por los gustos y demandas de los niños y niñas o si la cultura de consumo es capaz de condicionar nuestros gustos, crearnos necesidades y hacernos desear sus productos, pero rápidamente el diálogo se desvió hacia el tema de los colores y lo dejé fluir. Es un aspecto que me gustaría comentar con los adolescentes en otra ocasión y escribiré sobre ello en los próximos días.

Al tratar de indagar más en sus opiniones sobre la dualidad cromática rosa-azul, les pregunté lo siguiente: “si a un bebé de pocas semanas de edad le ofrecemos dos pelotas, una azul y una rosa, ¿elegirá la azul si es un niño y la rosa si es una niña?”. Curiosamente las respuestas fueron de lo más variadas. Tras convencerse unos a otros de que al bebé le da lo mismo el color de la pelota, algunos alumnos afirmaron que las preferencias por unos colores u otros son algo cultural. Las afirmaciones más rotundas fueron: “la culpa es de la sociedad” y “la culpa de todo la tienen los padres, por vestir con esos colores a sus bebés”. Algunos de ellos fueron conscientes por vez primera de que la aversión hacia unos colores determinados no se debía a su propio criterio (al fin y al cabo los gustos son algo muy personal), sino a que “les habían convencido de ello”.  Algunos chicos se mantuvieron firmes en su opinión de que jamás se vestirían con prendas rosas pues ”es algo de maricones” pero otros admitieron que es un color atractivo.

Respecto al tema original, los juguetes de LEGO, ellas comentaron que podrían jugar con ambos juguetes aunque tuviesen preferencia por uno en particular, mientras que ellos señalaron que jamás jugarían con la caravana. Ante esta situación, les pregunté si realmente se consideran tan diferentes respecto a sus gustos o aficiones. La inmensa mayoría de los chicos señaló que sus gustos no se parecen en nada a los de las chicas, afirmación ante la cual las chicas protestaron. Ellas afirmaban que, aunque les guste el maquillaje, los osos de peluche y los accesorios de Hello Kitty, también disfrutan viendo partidos de fútbol, practicando artes marciales o matando soldados enemigos en el videojuego Call of Duty. Por lo tanto, en estos grupos en concreto, podemos ver cómo los estereotipos relacionados con los gustos o aficiones están más arraigados en los chicos, pues ellos rechazan el ocio “de chicas” y ellas, en cambio, no consideran que las actividades que les gustan a ellos sean necesariamente “de chicos”, sino de todos. Para terminar, la respuesta de una chica me llamó la atención: “yo creo que el juguete rosa no es sexista, al contrario. Está defendiendo el derecho de las mujeres a poder divertirse juntas sin depender de sus maridos o novios”. Este planteamiento interesante y diferente dio lugar a otras ideas en el debate.

Dejando atrás el tema concreto de los juguetes, continuamos debatiendo sobre sus vivencias. En los grupos de 1º y 2º de ESO (de 12 a 15 años), algunas chicas comentaron que les gusta arreglarse y maquillarse, aunque sólo en días señalados, para hacer que ese día sea más especial. En cambio, algunos chicos dijeron que prefieren a las mujeres siempre maquilladas, que son mucho más atractivas. Esto provocó rechazo entre las chicas, que no estaban conformes con dicha afirmación. Un alumno llegó más lejos señalando que “las mujeres se maquillan para atraer al macho” y, a pesar de que su comentario provocó risas en el aula, algunas chicas reaccionaron algo desconcertadas, pues admitieron que se arreglan para agradar a los chicos pero no les gustaba admitirlo abiertamente. Otro compañero aportó al debate que “las mujeres necesitan maquillarse para tapar los surcos que les deja la vida”. Una chica le preguntó si los hombres no necesitan tapar surcos y él respondió que no, que las arrugas son feas sólo en las mujeres. Otra compañera no se quedó atrás al afirmar que, al fin y al cabo, “los chicos son juguetes, así que los uso, juego con ellos, y luego los dejo”, aunque lo dijo riendo. Por tanto, no podemos concluir que todos estos comentarios sean un reflejo de una educación sexista o si son tan solo llamadas de atención y sentencias que buscan escandalizar a los oyentes, pero no por ello dejan de ser menos interesantes, puesto que nos muestran actitudes características de la adolescencia, dignas de estudio.

A pesar de todos estos planteamientos, cuando les comenté que, a lo largo de la historia, la mujer ha sido silenciada, ninguneada y tratada como un objeto, todos ellos manifiestaron desagrado ante estos hechos. Saben que, en algunos países, las mujeres pierden su apellido al casarse (algo que vemos con frecuencia en el cine norteamericano), lo cual les parece indignante. Tampoco asocian el hecho de casarse y ser “señora”. Para la mayoría de adolescentes, ser señora es algo “para mayores de 60”. No les gusta esa palabra, y no les parece bien que a las mujeres les dejen de llamar “señoritas” simplemente por casarse.

Hablando sobre el matrimonio, el debate se desvía a temas de dinero, algo que les inquieta en gran medida, como pude comprobar al leer sus redacciones. Casi todos afirman que, teniendo dinero, la vida es mucho más fácil. Incluso una alumna comenta (ignoro si lo dice en serio) que su sueño es casarse con un hombre rico que la mantenga y le dé todos los caprichos. Un alumno, en cambio, señala que los padres con mucho dinero no educan bien a sus hijos, “prefieren pagar a otros para que lo hagan, o comprarles consolas para que no molesten y poder hacer lo que quieran”. Esta dura afirmación es complementada por las de sus compañeros, que admiten que, aunque les gusta tener varios televisores en casa (y así no hay conflictos ni discusiones a la hora de elegir programas) esto les distancia de sus padres y hermanos y comentan que, cuando eran más pequeños, hacían más cosas juntos.

Estas ideas me dieron pie para preguntarles si, cuando eran niños pequeños, sus padres y madres les leían cuentos en la cama, y la mayoría responde afirmativamente. Algunos dicen que, en el fondo, lo echan de menos porque “es muy agradable que te lean”. Además no se trata solo de escuchar un cuento, sino de compartir un momento de intimidad y cariño único e insustituible. Ahora, a la hora de irse a la cama, un alumno comenta que “su padre está viendo el fútbol o alguna serie, y su madre viendo la telenovela o el Sálvame” (en este caso, vemos que ni siquiera la pareja comparte actividad). El alumno, en este caso, o se queda viendo la tele con el padre o se retira a su habitación a jugar con el ordenador o a entretenerse con las redes sociales. La lectura no es una opción, tampoco es algo que vea hacer en su casa pero, no obstante, sí es algo que hacen algunos de sus compañeros. En relación a los programas del estilo de Sálvame, algunos aprovechan la ocasión para decir que les encantan los debates (y que éste en particular lo están disfrutando mucho) porque les gusta dar su opinión y hablar de temas que les interesan, pero que odian esos programas porque sólo se habla de la vida de otros, se insulta y no se respeta el turno de palabra. Una chica señala que la tele no es mala en sí, ya que “se puede ver buena tele, programas que te enseñan cosas, pero para eso hay que tener cultura. Ver el Sálvame es muy fácil, no hay que hacer ningún esfuerzo”. Para terminar, muchos de ellos comentaron que, cuando sean padres no serán así, pasarán tiempo con sus hijos jugando, viendo películas y compartiendo libros.

Deseo de corazón que así sea. 

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