martes, 19 de abril de 2011

Sobre lo nuevo

Sólo llevamos en esta casa dos meses y parece toda una vida.

Al final la mudanza no fue terrible, fue más que eso. Todo nuestro antiguo barrio vio nuestra vida entera, incluidas las cajas de ropa interior. Como buena gente castiza que son, nos deleitaron con una gran despedida entre cartones, lluvia y abrazos, cotilleando todo lo que pudieron y más. Cuatro mozos del este empaquetaron nuestra casa en un abrir y cerrar de ojos. Mientras tanto David y yo no sabíamos dónde escondernos. A ratos estuvimos en el minúsculo baño, sentándonos en el retrete a turnos. Cuando se volvía insoportable salíamos al balcón, aguantando las lágrimas al ver que la situación se hacía incontrolable. Al sentirnos abrumados por semejante locura decidimos irnos a tomar algo y no pensar. A comer al Peonia de despedida.

Ya estaba todo en el camión. La casa vacía daba mucha lástima, como un cuerpo moribundo o una muñeca rota. Sólo por un instante fui consciente de que jamás volvería a estar entre esas cuatro paredes, y en el momento de arrancar el coche y mirar al balcón (como tantas otras veces cuando volvíamos de viaje) me vine abajo. Ya no pude contenerme más.

El viaje de vuelta (o de ida) fue raro. Estábamos agotados y aun faltaba el desembarco. Nos dio mucha pena despedirnos de doña Matilde ("Carmen, salga, salga del camión") así que nos imaginamos que viajaba en la furgoneta de la mudanza entre nuestras pertenencias, envuelta en papel de burbujas. Aún no hemos encontrado a ninguna doña Matilde en el barrio nuevo, pero seguimos buscando.

Los chicos del este dejaron las cosas en la casa nueva, que estaba ya perfectamente acondicionada con Internet (eso fue lo primero de todo, por supuesto), luz, agua y bonitos colores en las paredes. Iba a decir que el proceso de desencajarnos fue arduo y a la par muy divertido, por la de cosas absurdas que nos pudimos encontrar, pero he de ser sincera. Todavía quedan cajas... Unas cuantas. Pero como no hay nada imprescindible en ellas, pues ahí siguen. Fue grandiosa también la etapa del amueblamiento, debemos ser los clientes del mes en Ikea, pero ya está todo más o menos como lo queríamos. Menos la terraza, uff... que ahora que viene el calorcito es imprescindible.

El hecho de vivir a cien metros de papá y mamá tiene incontables ventajas y yo diría que ningún inconveniente. Han sido muchos años fuera de casa buscándome la vida, ha llegado el momento de echarle morro y dejarme cuidar un poco. Así que aquí estamos, en mi barrio de toda la vida, con mis amigos de siempre y tantos otros nuevos. Y el gato.

Yo he decidido ser cursillista profesional hasta nuevo aviso, porque el mundo está raro. David tiene trabajo en una de las mejores empresas de informática de Zaragoza. Así que estamos listos para empezar.

¡Que comience la función!