domingo, 17 de febrero de 2013

Carta a un amigo

David insiste en que si sigo escribiendo cosas como la anterior, voy a empezar a caer mal...

Obviamente me lo dice para tomarme el pelo, pero la realidad es que lo que escribo hay que saber leerlo; ya lo pone en los requisitos para entrar aquí: tener la mente abierta.

La cuestión es que os invito a todos a que hagáis una reflexión similar sobre lo más valioso que tenéis: vosotros mismos.

Seguiría escribiendo, pero un amigo ha compartido conmigo un vídeo que expresa lo que pienso de maravilla. Aquí os lo dejo, espero que os guste.

Sobre las buenas notas

Durante todo el periodo de exámenes, como suele suceder, me sobrevinieron las ganas de leer, de escribir, de inventar y de superar nuevos retos. Pero claro, las horas eran limitadas, mi cuarto estaba inundado de folios, y además, si no estudio, me entra cargo de conciencia, así que decidí posponer todas las actividades lúdico-creativas para después de las pruebas.

Y, como es habitual también, después del tremendo esfuerzo intelectual por atrapar conceptos para que no se los lleve el viento, y poder desparramarlos en las hojas que dictaminarán mi aptitud (o mi carencia de ella), el cuerpo se resiente, hace como pluf, la tensión ya no está y se queda todo blando. Incluido el cerebro, que está como espeso, lento, perezoso. Licuado.

Han sido cuatro meses de infarto. He tenido que redactar un montón de trabajos e incluso un listado de los trabajos que tenía que entregar, con sus correspondientes formatos, números de páginas, indicaciones varias; amén de un calendario multicolor con las fechas de entregas y plazos. En ocasiones era más agotadora la gestión de las tareas, que la realización de las mismas. Por no mencionar las relaciones humanas: complejas, latosas, pero enriquecedoras, lo reconozco.

Hace cuatro meses estaba asustada. Temía no llegar a todo. El máster prometía ser duro. Además estaba comprometida con el trabajo de cada tarde con mis niños, con las posibles colaboraciones audiovisuales que surjen de vez en cuando y con el resto de responsabilidades, como mantener mi casa bonita y digna, compras, recados, gato, amigos, familia, mi futuro marido... Muchas cosas. Demasiadas. Adiós al ocio, al descanso y a las horas extra de sueño de los fines de semana.

Así ha sido. Días largos, interminables, mucho café y careta de zombie. Pero me ha mantenido despierta la ilusión de todo lo que está por llegar cuando el máster se acabe.

Ahora que acabo de pasar el ecuador del curso, puedo afirmar que todo el esfuerzo ha merecido la pena. No sólo me he dado cuenta de que no tenía sentido tener miedo, porque con dedicación, ilusión y esfuerzo, hasta los retos más complicados se alcanzan. También me he demostrado a mi misma, una vez más, que valgo mucho, que sé más cosas de las que aparento y que soy capaz de enfrentarme a cualquier cosa.

Han sido tantas las personas que, con su arrogancia y prepotencia, me han hecho pensar lo contrario, que había llegado incluso a dudarlo. Pero esas personas no merecen la pena -son unas ignorantes y seguramente se sientan frustradas por algo-.

Sé que el mundo en el que vivimos no reconoce este tipo de méritos o virtudes, y que la gloria y el estatus se alcanzan por otras vías. Pero ya me da igual. Yo sí sé que soy una chica sobresaliente, y eso es lo que importa.

Gracias a todos los que habéis hecho estos meses más llevaderos. Sois un tesoro :-)