viernes, 23 de abril de 2010

23 de abril

Bajamos corriendo la calle. Mi hermano, empuñando su magnífica espada de cartón, avanza con pies de hierro preparado para la lucha. Yo trato de alcanzarle, corriendo detrás de él, temerosa de caerme. Soy pequeñita y mi capa de batalla arrastra por el suelo; procuro no pisarla y darme un tozolón. Nos dirigimos al frente, situado en el bastión empedrado de la plaza San Francisco. A la altura del colegio de La Salle nos cruzamos con una horda de valientes guerreros, armados hasta los dientes, gritando enfurecidos. Nos unimos a sus filas. Los corazones palpitan al mismo ritmo, unidos por el espíritu de victoria. Nos estamos acercando...

De repente... ¡¡ahí está!! Nos la encontramos cara a cara. Sus ojos inyectados en sangre nos miran descarnados. Escupe fuego por la boca y nos amenaza con sus temibles garras. Pero el miedo no nos invade. Somos héroes, somos fuertes y vamos a vencer. ¡¡A por ella!! Golpes, estocadas, llamas rozando nuestras cabezas. ¡¡Muere, bestia inmunda!! Aguantad un poco más... ¡¡Lo conseguimos!! El monstruo cae a nuestros pies. Se desploma provocando que la tierra tiemble, pero nosotros seguimos alzados, con la espada en alto, celebrando que un año más hemos vencido, la leyenda sigue viva, y así seguirá mientras los fieles guerreros luchemos hasta el final.

Después nos vamos a casa, porque papá y mamá nos han preparado una comida especial.

Felicidades, Jorge.


jueves, 22 de abril de 2010

Observaciones matutinas

Todas las mañanas tengo que coger el autobús de empresa en el puente de Arturo Soria. Es un cacho de acera entre dos árboles que hay en la M30. Los buses circulan, como es lógico, por el carril bus. Este carril bus está separado de los otros tres carriles por una raya continua de unos dos palmos, bien gordita. Pues a la altura de mi parada, no hay día en el que no vayan docenas de coches por este carril y, al sentirse acorralados por un autobús que viene quemando rueda (que no se quedan cortos en esta ciudad), se incorporen al carril contiguo a lo banzai, los intermitentes qué son, apártense que aquí estoy yo... Con los consiguientes mosqueos, claro está. Esta mañana, un descapotable encapotado le hizo este pastel a un smart, el del smart le gritó lo que opinaba de él; el primero redujo de 80 a 30 en dos segundos para enseñarle el dedo corazón al otro por la ventanilla, frenazos, pitidos y malas caras... Y lo que es más triste es que estamos hablando de la hora del transporte escolar. Casi todos los coches llevan un nene en el asiento trasero a punto de vomitar las galletas de dinosaurio. Otra muy buena son coches que se paran a dejar a un viajante (¡¡pero que es una autovía, señores!!). Cada mañana, la súper abuela frena en seco en la parada del bus para dejar a su hijito, hombre de americana, corbata y poco pelo, en la puerta de su trabajo, para después llevar al nietecito al cole.

Y resulta que yo soy la que tiene un problema por tener un coche y un carnet de conducir caducado y sin estrenar. Que tengo que soltarme y liberarme de mis miedos. Y una mierda. No pienso ponerme al nivel de esa gentuza.

martes, 20 de abril de 2010

Sonrisa telefónica

Es uno de los conceptos más importantes en los cursillos de tele-marketing. Además de resolver la cuestión planteada por el que llama, hay que tener dotes interpretativas para que el llamante, aunque no te vea, sepa que le estás sonriendo constantemente. Cordialidad, gracias, por favor, es usted muy amable, que tenga un buen día, sonrisa profident.

Esta mañana me llamó una abuelita, gallega y bastante sorda, que no sabía por dónde le daba el aire. El marido, detrás de ella, le chivaba algunas respuestas. Estaba pidiendo una cita pero no sabía ni para qué. "¡Pues como todos los años, hija!". Dan por supuesto que nos sabemos su vida entera, claro que sí. Como las octogenarias me parecen tan entrañables, sobre todo las sordas y gallegas, me esforcé muchísimo por ser amable, resumirle las preguntas del cuestionario y darle la información despacito sonriendo constantemente. En unos 8 minutos tenía concertada su cita donde y cuando ella quería.

Nosotras no podemos colgar, tenemos que esperar a que cuelgue el llamante. Pero la adorable abuelita no debió darle al botón correcto; dejó el teléfono sobre la mesa y le dijo al marido:

"¡¡Hay que ver!! ¡Qué pesada! Que si dame el "de-ene-i", que si un justificante de no-se-qué, venga con las preguntas... ¡Y encima la cita me la ha dado en mayo! ¡Será posible! Bla, bla, bla... (juramentos a voz en grito en gallego que no fui capaz de entender)".

Sigo adorando a las abuelitas octogenarias, pero hay que reconocer que algunas son unas BRUJAS.

Diario de una teleoperadora

Ya estamos allí un año más, cogiendo llamadas como robots, sin parar, con anécdotas graciosas y con otras que no lo son tanto... La ingente cantidad de incidencias técnicas nos están dando algún respiro, pero también unos pocos disgustos con algún contribuyente. Vivimos en una sociedad con déficit de paciencia, y no digamos ya educación o respeto. Los primeros días fueron más moderados, la gente andaba todavía despistada, pero ya ha llegado la fase en la que "exigen sus derechos como contribuyentes" y claro, nosotras, que no tenemos derecho alguno como teleoperadoras, nos las comemos con patatas.

-¡¡Por fin me lo coges!!¡¡¡ Llevo llamando toooda la mañana!!!
- Pero señora, si son las nueve y diez... 

La próxima vez que llaméis a la compañía de gas, internet, billetes de tren o al tele chino, enfadaros todo lo que queráis con el mundo, las multinacionales que lo controlan, con "los de siempre"... pero no olvidéis que al otro lado del teléfono hay una chiquilla con sueños, una señora con críos, una extranjera buscándose la vida, cobrando un sueldo miserable por estar todos los días con el culo pegado a la silla para atenderte.

sábado, 17 de abril de 2010

Noches intrépidas

Ayer David y yo celebrábamos que por fin ya era viernes. Después de una semana más bien feota, ya que ni el tiempo acompañaba, disfrutamos de la maravillosa sensación de tener dos días por delante para no hacer nada. Pasamos la tarde perdiendo el tiempo, una de las cosas que mejor se nos da. Cuando llegó la noche decidimos aprovecharla viendo capítulos de alguna serie hasta el amanecer, juntitos, sin la terrible amenaza del despertador matutino. Pero al tercer capítulo a David le dio un ataque de sueño y se rindió. Pobre, se hace mayor. Como soy un bicho noctámbulo decidí seguir disfrutando yo sola, pero la verdad es que me he acostumbrado demasiado a su compañía, y no se me ocurría qué hacer. Después de contarle a mi gato que el mundo está fatal, decidí reunirme con mi niño bajo las sábanas. También me hago mayor... Fui al cuarto, me quité la ropa y, despacito, me acerqué a David. "Que tengas felices sueños (besito)". Como respuesta, David me empezó a dar cachetes en el muslo (¿?).

Yo: Humm... cielo, ¿por qué me golpeas la pierna?
Él:  Mmmsashícomovuelcoyoaltorohhggr...
Yo: Eh... ¿qué dices, cariño?
Él: Es así como vuelco yo al toro.
Yo: ¿Ein? ¿Estás toreando, mi vida?
Él: Mmsshii...
Yo: ¡Ja! Cielo, ¿puedo despertarte para contarte una cosa muy divertida?
Él: Mshhnno... grffff...
Yo: Como quieras...

:)

jueves, 8 de abril de 2010

Sobre la muerte

El otro día, al salir de mi nuevo trabajo, coincidí con una compañera a la que aún no conocía. Es una mujer de unos 40 años, rumana, muy simpática. Por ser agradable con ella, y también porque es cierto, le dije que tenía muchas ganas de visitar Rumanía, que tenía que ser un país precioso. Haciendo alarde de mi analfabetez, no fui capaz de decirle más de tres lugares emblemáticos de su bello país. Qué bochorno. Pero ella no se ofendió. Al contrario. Con una sonrisa sincera, me estuvo ilustrando un poco, más o menos lo que duran tres paradas de autobús.

Me comentó que si viajaba a Rumanía, no podía dejar de visitar el Cementerio Alegre. "¿El cementerio alegre? ¡Vaya sentido del humor que os gastáis los rumanos!" Parece ser que no sólo es un cementerio precioso y original, sino que además se practican ritos de celebración de la muerte. Cuando muere el abuelo y lo van a enterrar, todos brindan en su honor y por su eterno descanso con alegría y esperanza. "¡Viva! ¡Ya no sufrirá más con su artrosis! ¡Bien! ¡Ya no tendrá que pagar más facturas ni se verá obligado a soportar al gorrón de su cuñado! ¡Qué suerte tiene el cabrón, ya no tendrá que aguantar sobre sus hombros el peso de las penurias del resto de los mortales! ¡Ala, descansa en paz! ¡Hasta pronto!"

Por lo visto, en las lápidas y tumbas hay dibujos y epitafios de lo más curiosos. Mi compañera me recitó alguno: "Aquí yace mi suegra. Ten cuidado y pisa con suavidad... no la vayas a despertar". Supongo que me estaba tomando el pelo...

Aunque soy una llorona, en el fondo de mi ser siempre he creído que nada en el mundo es tan grave como para amargarse la existencia, y que todo tiene solución, salvo la muerte. A los muertos hay que llorarlos, porque los hemos querido mucho y porque ya nunca estarán aquí. Lo demás no es importante. Y para algunos rumanos ni eso.

La vida es algo muy hermoso. Así que desataros por un momento el lastre de vuestros problemas y descubrid la mañana. Que hoy ha salido el sol.

Sobre el título

Mamá se encierra en la cocina. Papá coge un chubasquero y sale corriendo de casa. Estamos en el pueblo y afuera llueve como si se fuera a acabar el mundo. La tormenta es tan bestia que cada vez que truena, ¡rayos y centellas! parece que se va a caer el cielo sobre nuestras cabezas, por tutatis. Los relámpagos aturden a las antenas. En casa no se ve la tele. A ratos se va la luz, y hay que encender velas, pero en seguida vuelve. Mi hermano y yo estamos un poco nerviosos y no podemos parar de correr y reír.

Mamá sale de la cocina con un puchero enorme de chocolate caliente. El maravilloso aroma invade el salón. En ese momento entra papá por la puerta, empapado hasta el alma, con los zapatos encharcados, y con una bolsa de papel marrón mágicamente seca llena de churros calentitos.

Sacamos el trivial, las cartas, el dominó... El mundo se detiene y sólo existimos nosotros, el calorcito de la familia, el chocolate con churros.

Esa es mi infancia.

miércoles, 7 de abril de 2010

Oda a la mano

Julio Romero de Torres
pintó a la mujer morena
con la falda levantada,
tirando de la cadena.
Con el papel en la mano
Limpiándose...

I: ¿Limpiándose el qué?
C: ¿Qué rima con mano?
I: Pues... ¿verano?
D: Ya lo sé, ¡limpiándose la mano!
I: Muy bien, mano rima con mano.
D: Bueno, tiene dos manos ¿no? Se puede estar limpiando la otra...
M: ¡Estás hecho un poeta!
I: Si, oda a la mano.
M: Mano, mano, mano, mano
mano, mano, mano, mano...

Juanito

Juanito es el mejor amigo de mi padre, de los amigos de toda la vida. Es más que un tío para mí.

Es un catedrático de historia, un cincuentón culto, cascarrabias y ateo, un aventurero de biblioteca que me ha enseñado a sobrevivir en la jungla con un petate de soldado lleno de artilugios, un doctor Livingstone de boquilla (apenas ha salido de España y ni mucho menos ha estado en una jungla de verdad), un tío que ama la vida y las historias de las personas y que siempre ha sabido transmitir su entusiasmo.

Cuando estaba en la edad del pavo Juanito me rebautizó con el cariñoso apelativo de Putón Verbenero, se reía de mi minifalda y me llamaba analfabeta. Me daba collejas jugando al Trivial (me las merecía, por burra), me inculcaba el amor por el estudio, la cultura y el buen gusto. Me ha contado mil batallas y cuentos de reyes e imperios, incluso me ha retado a que no me atrevía a enseñarle el sostén. Y vaya si me atreví, por ahí andará la foto.

Siempre se ha quejado de que los jóvenes no mostrábamos ningún interés ni respeto por los libros, y sin embargo, su gran pasión ha sido siempre enseñar, educar e ilustrar. Sus alumnos han tenido la suerte de aprender con el mejor, y yo siempre presumiré orgullosa de haberlo conocido.

Ahora Juanito, el mejor amigo de mi padre, ya no está aquí. He llorado bastante, y también me he cagado en la puta madre de todo lo que se menea. Pero estoy bien, porque sé que después de todos estos años, de leer sus libros, de pensar en él y en las cosas que me ha enseñado, soy una gran mujer y una buena persona. Sé que me quiere mucho y que está orgulloso de mí. Y saber eso me hace muy feliz.

Te quiero mucho, Juan. No te olvidaré nunca.

Un beso. Isabelita.