martes, 20 de diciembre de 2016

Un fecha señalada

20 de diciembre de 2016

Hoy hace un mes que murió mi madre.
Parece que fue ayer cuando hablé con ella por última vez.
Parece que ha pasado un siglo desde que le di un último beso en la frente.
Son tantos los recuerdos, las últimas veces...

Hoy hace 40 años que mis padres prometieron amarse y respetarse en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, durante todos los días de su vida. Y así ha sido.
¡Cuánto los admiro! 💚
Aquí posan felices, después de casarse por segunda vez en Caná.


 

jueves, 15 de diciembre de 2016

Mi deseo para este fin de año

A veces, cuando estoy muy triste, desearía con todas mis fuerzas volver a tener dos años, aunque solo fuera por unos minutos, para que mi mamá me consolara con sus abrazos y sus besos.

Echo de menos nuestras largas conversaciones en el salón, esas en las que resolvíamos los grandes conflictos del mundo, hacíamos descubrimientos, nos confesábamos secretos, esbozábamos nuestros planes de futuro. Nos admirábamos tanto la una a la otra...

Daría todo lo que fuera por una última llamada telefónica. Un qué tal, qué haces. Qué insignificantes parecían esas charlas. Hoy son un anhelo inalcanzable.

A veces sueño que envejece, que se va haciendo pequeñita, que se aleja despacio. Y quiero abrazarla fuerte, muy fuerte.

Quédate unos minutos más, mamá. Te necesito. Te quiero. Eres maravillosa.

viernes, 8 de abril de 2016

Sobre nuestros mejores amigos: no les falles.

Hace un par de semanas viajábamos por la AP-68, dirección Burgos, para pasar allí el fin de semana con la familia y los amigos. A la altura de Logroño, en la mediana de la autopista, vimos a un pobre chucho sucio caminando sin saber a dónde ir. Mi primera reacción fue pedirle a David que parase para recogerlo y acercarlo a un área de servicio o a un pueblo, pero él (con toda la razón del mundo) lo consideró demasiado peligroso (a parte de que está súper prohibido). Así que, con el corazón en un puño, dejamos atrás al animalico. Lo único que pudimos hacer por él fue llamar a la Guardia Civil y dar parte.


En el 062 nos atendieron enseguida. Acelerada y algo nerviosa, les di toda la información que pude sobre la localización del animal. El hombre al teléfono se mostró interesado y agradecido por el aviso y nos comunicó que enviarían a un equipo a recoger al perro lo antes posible.

David y yo nos quedamos más tranquilos pues, seguramente, gracias a nuestra llamada y a la eficacia de estas personas, el perro podría comenzar una nueva vida, lejos de sus apestosos y desalmados dueños que no merecen ni respeto ni cariño. Le comenté a David, en broma, que sería bonito que nos volviesen a llamar para decirnos que el chucho está estupendamente, que lo está atendiendo un equipo sanitario y que nos manda saludos. Y de paso, que adjuntaran una foto por whatsapp. Con gestos así, el mundo sería un lugar más divertido.


Para nuestro asombro, el teléfono sonó. Era un guardia civil, que nos llamaba para preguntarnos que dónde estábamos y que si nos encontrábamos bien. Cuando le dije que habíamos continuado nuestro camino se sorprendió:

- ¿Pero su coche no tiene desperfectos después del atropello?
- ¿¡Lo han atropellado!? ¿¡Esá muerto!?

Los dos rompimos a llorar. Ni por un momento nos pudimos imaginar este fatal desenlace. Por apenas unos minutos, me cagüen todo. Mierda. El guardia no sabía ni qué decir.

- Vaya, pensaba que eran ustedes los que habían llamado por el accidente.
- ¿Pero usted cree que yo atropellaría a un perro y me iría tan tranquila? Yo llamé precisamente para evitar un accidente. Y el perro estaba vivo.
- Tranquila mujer, que sólo era un perro, no una persona...
- Muerto. Mierda. Joder. (Sollozos).
- Bueno, pues siento el malentendido, y siento haberle dado un disgusto para nada...
- Ya, bueno. Gracias por avisar...

No recuerdo si nos dijimos algo más. Quiero agradecerles a estas personas todo el esfuerzo que hacen para proteger a los animales abandonados y por ayudarnos tanto. La Guardia Civil tiene todo mi respeto y admiración, a mis abuelos siempre los han cuidado mucho en el pueblo y cada vez que los han necesitado por cualquier percance han ido corriendo a socorrerlos. Y como a ellos, a muchos otros.

Sobre las "personas" que abandonaron al chucho, cualquier cosa que diga es poco. Son escoria, basura, infraseres... Vamos, que ni de lejos llegan a personas. Son despojos humanos. Ojalá los cacen y paguen por lo que han hecho y carguen con la culpa todas sus miserables vidas.

Respecto al chucho, no me quiero ni imaginar cómo fueron sus últimas horas de vida. Vaya terror. Mi consuelo es que sé que todos los perros van al cielo. Allí le querrán y no sufrirá nunca más.



miércoles, 23 de marzo de 2016

Sobre la crisis de los Refugiados

Cada día, al apagar el televisor o cerrar Twitter, después del bombardeo de noticias internacionales, no puedo evitar sentirme como una mierda. Veo a hombres y mujeres cargando con sus críos, atravesando el mar, durmiendo en el barro. Los veo pasar hambre, frío, mucho miedo. También tristeza, pues han dejado atrás su tierra y a muchos muertos. MUERTOS, que parece que no nos queremos enterar. No tienen un hogar al que volver, solo escombros y recuerdos.


Esta mañana ha salido el primer grupo de deportados de Grecia a Turquía. Después de haber emprendido un terrible viaje para huir de los horrores de la guerra que les está costando salud, alma y vidas, se han encontrado con muros, vallas con pinchos y, en el peor de los casos, tiroteos. Y todo para nada, pues ya los están mandando de vuelta. Aquí no los quieren. Esta es la Europa civilizada y moderna en la que vivimos, que trata a estas personas como despojos, o como mercancía para usar en su politiqueo de mierda. Los que toman estas decisiones, así como los que las apoyan, son unos miserables. La crisis de los refugiados es realmente una crisis de Derechos Humanos.

Cada vez que veo estas imágenes se me parte el alma. Y cada vez que pienso que podrían ser Olivia y David los de la fotos, me muero un poco.




Después de observar desde la distancia semejante espanto, contemplo a mi pequeña, a la que quiero con toda mi alma, que juega con un tarro de yogur vacío y una cinta de pelo. Es tan feliz... Y sin embargo, cada vez que recojo el salón o su cuarto me azota la rabia y me siento culpable. ¿Cómo puede ser que unos tengamos tanto y otros tan poco? Olivia, que pronto cumplirá su primer año, posee tanta ropa que no le da tiempo a ponérsela toda, y atesora tantos juguetes que a algunos apenas los mira. De otros enseguida se aburre y los tira lejos. Parece que todo le sobra. Menos los abrazos, esos los pide y los da a todas horas.

Por supuesto que no quiero que a mi hija le falte de nada. Doy gracias a la vida que tengo, porque puedo alimentarla, vestirla y mimarla, y doy gracias también a todas las personas que son tan generosas con ella, pero tampoco quiero que les falte de nada a los otros críos, coño. Mientras Olivia vive feliz en su ignorancia, estos niños gatean asustados bajo las alambradas, juegan entre escombros y duermen sobre basura. No hay derecho. Es inhumano. Es tanta la impotencia que me entran ganas de llorar y gritar.








En cuanto Olivia tenga uso de razón, pienso enseñarle estas fotos y explicarle quiénes son estas personas. Os invito a que hagáis lo mismo. En las manos de nuestros niños está el futuro de nuestro mundo. Ellos son nuestra esperanza.

También os invito a que firméis este Manifiesto de Amnistía Internacional y a que compartáis toda la información de ONGs que pueda ser de ayuda. Es importante que todos aportemos lo que podamos, por poco que sea.

Fuentes de las fotos:

Derek Gatopoulos
Rober Astorgano
Petros Giannakouris
Aris Messinis
Miguel A. Rodríguez

martes, 1 de marzo de 2016

Doctorado: trabajo de campo

Desde hace unos meses me encuentro inmersa en una de las fases más bonitas del Doctorado, que es el trabajo de campo. A lo largo de este curso lectivo me dedico a ir a coles, institutos y ludotecas para conocer a estudiantes y preguntarles sobre sus gustos, intereses, creencias y aspiraciones, y también para charlar sobre lecturas, sobre príncipes y princesas, sobre los sueños, sobre la vida. Es fascinante poder compartir estos ratos con ellos y conocer sus historias y sus planteamientos que, en numerosas ocasiones, me dejan con la boca abierta. Y me consta que ellos disfrutan, pues les gusta expresarse y ser escuchados.

Durante la preparación de la tesina (TFM), que fue un trabajo de características similares al que estoy llevando a cabo ahora pero a menor escala, también tuve la oportunidad de acudir a centros para hablar con adolescentes y me apetece mucho compartir la experiencia. Me brindaron su ayuda respondiendo cuestionarios, redactando cuentos y reflexiones personales, ilustrando sus escritos, comentando lecturas, etc. Una de las actividades más enriquecedoras que llevamos a cabo fue un debate cuyo interés se centraba en las diferencias significativas que ellos percibían entre los chicos y las chicas.

La mecha para encender los debates fue un par de fotos de juguetes LEGO, uno de los años 80 y otro de la actualidad. Las diferencias entre ellas son abismales.




En la primera foto podemos ver a una niña con un atuendo que bien podría ser el de un niño, muy natural en su aspecto y en su gesto, sosteniendo una construcción de LEGO que ella misma ha hecho (En una entrevista que le hicieron años después, la niña del anuncio comenta que tanto la ropa como la construcción son suyas, en una época en la que la publicidad no era tan artificiosa como ahora). Se trata de un juguete multicolor, con infinitas posibilidades de entretenimiento, que estimula la creatividad y la imaginación y que resulta igualmente atractivo tanto para chicos como para chicas. No manifiesta estereotipos de ningún tipo y su lema What it is, is beautiful (Lo que sea, es hermoso) es claro y directo. En la segunda foto, encontramos un juguete de la colección de LEGO Friends, una caravana en un ambiente campestre, repleta de accesorios y con dos muñecas (Olivia y Nicole). Los colores predominantes son el rosa y el morado y, aunque el juguete está empaquetado con sus piezas sueltas, sólo hay una manera correcta de montarlo, que viene indicada en las instrucciones. A pesar de todas las posibilidades de juego que presenta esta caravana, ya que las historias y aventuras que se pueden inventar con las muñecas son muy numerosas, es cierto que deja poco espacio a la imaginación, ya que el juguete en sí no puede ser cualquier cosa. Es y siempre será una caravana. Además, las connotaciones de género que tiene el juguete son innegables. Es para niñas, de eso no hay duda.

Al contrastar las fotos, todos los adolescentes, por unanimidad, afirmaron que el primer juguete era unisex y el segundo sólo para niñas. Al preguntarles el por qué, indicaron que se debía a los colores. De hecho, algún chico comentó que, en las tiendas de juguetes, la diferenciación está muy clara: a un lado del pasillo están las estanterías llenas de juguetes rosas (princesas, peluches, bebés, maquillaje y joyas) y enfrente están los juguetes azules (coches, soldados, balones y armas). Ante esta afirmación, consideré la posibilidad de preguntarles si creían que la oferta en las tiendas de juguetes está condicionada por los gustos y demandas de los niños y niñas o si la cultura de consumo es capaz de condicionar nuestros gustos, crearnos necesidades y hacernos desear sus productos, pero rápidamente el diálogo se desvió hacia el tema de los colores y lo dejé fluir. Es un aspecto que me gustaría comentar con los adolescentes en otra ocasión y escribiré sobre ello en los próximos días.

Al tratar de indagar más en sus opiniones sobre la dualidad cromática rosa-azul, les pregunté lo siguiente: “si a un bebé de pocas semanas de edad le ofrecemos dos pelotas, una azul y una rosa, ¿elegirá la azul si es un niño y la rosa si es una niña?”. Curiosamente las respuestas fueron de lo más variadas. Tras convencerse unos a otros de que al bebé le da lo mismo el color de la pelota, algunos alumnos afirmaron que las preferencias por unos colores u otros son algo cultural. Las afirmaciones más rotundas fueron: “la culpa es de la sociedad” y “la culpa de todo la tienen los padres, por vestir con esos colores a sus bebés”. Algunos de ellos fueron conscientes por vez primera de que la aversión hacia unos colores determinados no se debía a su propio criterio (al fin y al cabo los gustos son algo muy personal), sino a que “les habían convencido de ello”.  Algunos chicos se mantuvieron firmes en su opinión de que jamás se vestirían con prendas rosas pues ”es algo de maricones” pero otros admitieron que es un color atractivo.

Respecto al tema original, los juguetes de LEGO, ellas comentaron que podrían jugar con ambos juguetes aunque tuviesen preferencia por uno en particular, mientras que ellos señalaron que jamás jugarían con la caravana. Ante esta situación, les pregunté si realmente se consideran tan diferentes respecto a sus gustos o aficiones. La inmensa mayoría de los chicos señaló que sus gustos no se parecen en nada a los de las chicas, afirmación ante la cual las chicas protestaron. Ellas afirmaban que, aunque les guste el maquillaje, los osos de peluche y los accesorios de Hello Kitty, también disfrutan viendo partidos de fútbol, practicando artes marciales o matando soldados enemigos en el videojuego Call of Duty. Por lo tanto, en estos grupos en concreto, podemos ver cómo los estereotipos relacionados con los gustos o aficiones están más arraigados en los chicos, pues ellos rechazan el ocio “de chicas” y ellas, en cambio, no consideran que las actividades que les gustan a ellos sean necesariamente “de chicos”, sino de todos. Para terminar, la respuesta de una chica me llamó la atención: “yo creo que el juguete rosa no es sexista, al contrario. Está defendiendo el derecho de las mujeres a poder divertirse juntas sin depender de sus maridos o novios”. Este planteamiento interesante y diferente dio lugar a otras ideas en el debate.

Dejando atrás el tema concreto de los juguetes, continuamos debatiendo sobre sus vivencias. En los grupos de 1º y 2º de ESO (de 12 a 15 años), algunas chicas comentaron que les gusta arreglarse y maquillarse, aunque sólo en días señalados, para hacer que ese día sea más especial. En cambio, algunos chicos dijeron que prefieren a las mujeres siempre maquilladas, que son mucho más atractivas. Esto provocó rechazo entre las chicas, que no estaban conformes con dicha afirmación. Un alumno llegó más lejos señalando que “las mujeres se maquillan para atraer al macho” y, a pesar de que su comentario provocó risas en el aula, algunas chicas reaccionaron algo desconcertadas, pues admitieron que se arreglan para agradar a los chicos pero no les gustaba admitirlo abiertamente. Otro compañero aportó al debate que “las mujeres necesitan maquillarse para tapar los surcos que les deja la vida”. Una chica le preguntó si los hombres no necesitan tapar surcos y él respondió que no, que las arrugas son feas sólo en las mujeres. Otra compañera no se quedó atrás al afirmar que, al fin y al cabo, “los chicos son juguetes, así que los uso, juego con ellos, y luego los dejo”, aunque lo dijo riendo. Por tanto, no podemos concluir que todos estos comentarios sean un reflejo de una educación sexista o si son tan solo llamadas de atención y sentencias que buscan escandalizar a los oyentes, pero no por ello dejan de ser menos interesantes, puesto que nos muestran actitudes características de la adolescencia, dignas de estudio.

A pesar de todos estos planteamientos, cuando les comenté que, a lo largo de la historia, la mujer ha sido silenciada, ninguneada y tratada como un objeto, todos ellos manifiestaron desagrado ante estos hechos. Saben que, en algunos países, las mujeres pierden su apellido al casarse (algo que vemos con frecuencia en el cine norteamericano), lo cual les parece indignante. Tampoco asocian el hecho de casarse y ser “señora”. Para la mayoría de adolescentes, ser señora es algo “para mayores de 60”. No les gusta esa palabra, y no les parece bien que a las mujeres les dejen de llamar “señoritas” simplemente por casarse.

Hablando sobre el matrimonio, el debate se desvía a temas de dinero, algo que les inquieta en gran medida, como pude comprobar al leer sus redacciones. Casi todos afirman que, teniendo dinero, la vida es mucho más fácil. Incluso una alumna comenta (ignoro si lo dice en serio) que su sueño es casarse con un hombre rico que la mantenga y le dé todos los caprichos. Un alumno, en cambio, señala que los padres con mucho dinero no educan bien a sus hijos, “prefieren pagar a otros para que lo hagan, o comprarles consolas para que no molesten y poder hacer lo que quieran”. Esta dura afirmación es complementada por las de sus compañeros, que admiten que, aunque les gusta tener varios televisores en casa (y así no hay conflictos ni discusiones a la hora de elegir programas) esto les distancia de sus padres y hermanos y comentan que, cuando eran más pequeños, hacían más cosas juntos.

Estas ideas me dieron pie para preguntarles si, cuando eran niños pequeños, sus padres y madres les leían cuentos en la cama, y la mayoría responde afirmativamente. Algunos dicen que, en el fondo, lo echan de menos porque “es muy agradable que te lean”. Además no se trata solo de escuchar un cuento, sino de compartir un momento de intimidad y cariño único e insustituible. Ahora, a la hora de irse a la cama, un alumno comenta que “su padre está viendo el fútbol o alguna serie, y su madre viendo la telenovela o el Sálvame” (en este caso, vemos que ni siquiera la pareja comparte actividad). El alumno, en este caso, o se queda viendo la tele con el padre o se retira a su habitación a jugar con el ordenador o a entretenerse con las redes sociales. La lectura no es una opción, tampoco es algo que vea hacer en su casa pero, no obstante, sí es algo que hacen algunos de sus compañeros. En relación a los programas del estilo de Sálvame, algunos aprovechan la ocasión para decir que les encantan los debates (y que éste en particular lo están disfrutando mucho) porque les gusta dar su opinión y hablar de temas que les interesan, pero que odian esos programas porque sólo se habla de la vida de otros, se insulta y no se respeta el turno de palabra. Una chica señala que la tele no es mala en sí, ya que “se puede ver buena tele, programas que te enseñan cosas, pero para eso hay que tener cultura. Ver el Sálvame es muy fácil, no hay que hacer ningún esfuerzo”. Para terminar, muchos de ellos comentaron que, cuando sean padres no serán así, pasarán tiempo con sus hijos jugando, viendo películas y compartiendo libros.

Deseo de corazón que así sea. 

jueves, 11 de febrero de 2016

Sobre la escritura creativa

Hace unos meses pude asistir un taller de escritura creativa, junto a mi amiga Zulay, impartido por la escritora Marta Sanuy y resultó ser una experiencia muy bonita y enriquecedora. Marta es una gran profesional y sabe contagiar entusiasmo, de hecho salíamos todas de clase con ganas de llegar corriendo a casa para teclear.

A Zul y a mí nos supuso una desconexión con la escritura académica muy satisfactoria y necesaria, tantas "normas APA" nos estaban provocando cortocircuitos. En mi caso, hacía meses (o años) que no dejaba fluir mi mente para crear algo bonito o plasmar mis emociones, y me invadía un sentimiento de carencia. Hace un tiempo descubrí que el dominio del lenguaje y el ejercicio de autoconocimiento nos ayudan a tener una experiencia vital más plena y rica y, por eso, últimamente sentía que me faltaba algo. 

Marta nos enseñó algunas técnicas creativas propias del Oulipo y nos invitó a reflexionar, a observar y a disfrutar relatando nuestra propia historia. Me gustaría compartir con vosotros los ejercicios que entregué para el taller.

La casa

Cinco minutos más... Es lo que susurra su compañera cuando rompe la calma el zumbido del despertador. Ella alarga el brazo, busca a tientas entre los objetos abstractos de la mesilla de noche, agarra con torpeza su teléfono y pulsa el botón “posponer”. Recoloca sus mullidos cojines, suspira y se recuesta como inerte entre las sábanas. No está acostumbrado a verla madrugar. La conoce y sabe que se siente más cómoda viviendo de noche, pasando las horas en su estudio abarrotado de libros, papeles, bolígrafos y algunos tesoros. Eso sí, no hay ni una mota de polvo. Ese caos disfrazado de desorden es su mundo, su zona de confort, su refugio y a él le gusta andar por ahí, sigiloso, invisible, haciéndole compañía a su manera felina. En ocasiones, se entretiene escondiendo cositas pequeñas como clips, gomas de pelo o algunas monedas. Su compañera solía desesperarse, pero ya no. Ha comprendido que estos juegos son simpáticas muestras de amor. Otras veces, mientras ella escribe en el ordenador, a él le gusta enrollarse como una bolita peluda en su regazo y quedarse dormido escuchando el monótono tacatá de las teclas.

Como tiene mucha hambre, decide subir de un brinco a la cama y arañarle los pies. Quiere su desayuno y lo quiere ya, nada de “posponer”. Como ve que sus arañazos no surten efecto, opta por maullar, brincar y salir corriendo a la cocina, para que su compañera se dé por aludida. El platito vacío, colocado entre la nevera y la puerta de la terraza, es ahora mismo su única preocupación en el universo. Y eso que no le gusta pasar en la cocina más tiempo del estrictamente necesario; son demasiados monstruos escandalosos los que lo observan con mirada fría de acero. Uno gira, hace unos ruidos espantosos y escupe ropa mojada, otro se pone tan caliente como el mismísimo infierno, otro pita, otro silva… aunque el peor es el que tritura y machaca. Es imposible dar un tranquilo paseo sobre la ajada encimera y curiosear entre los frascos y aceiteras, nunca se sabe qué peligros pueden acechar…

Por eso le gusta más pasear por en el salón. Hay infinidad de cosas divertidas y masticables. Montones de revistas arrugadas apiladas por los rincones, un par de peluches y una manta en el sofá –reservada para las tardes de cine y palomitas cuando llueve fuera-, plantas de plástico, jarras de cerveza de distintos tamaños y formas, un reloj sin pilas, un viejo álbum de fotos y una entretenida colección de DVDs. La considera entretenida porque cuando tira uno, caen todos. Su compañera ya no se enfada, como cuando era cachorro. Ha aprendido a amarlo tal y como es, a entender sus rarezas de gato, a compartir con él todo lo suyo y a convivir con sus pelusas y sus malos olores.

Y eso que en el baño es muy cuidadoso. Es un lugar extraño, caluroso y húmedo, demasiado brillante para su gusto, demasiado resbaladizo. Se trata de un espacio privado al que acude cuando siente la llamada de la naturaleza, o cuando su compañera lo invita a purificar y sanear su piel y su largo pelo. No entiende por qué muchos de sus primos aborrecen el agua, con lo agradable que es chapotear y tratar de explotar las pompas de jabón. Además, considera que la higiene es algo vital y sagrado, como un rito ancestral que te arranca los malos humores y las oscuridades internas y te devuelve al mundo con más fuerza y con más luz.

Hablando de luz… Los rayos del sol empiezan a colarse tímidamente por las rendijas de las persianas. Al final la compañera llegará tarde. Como buen gato doméstico, sabe que su deber es mantener el equilibro en el hogar para evitar sofocos. Echa a correr por el pasillo de vuelta al dormitorio pero le cuesta frenar, el pulido y brillante suelo de terrazo tiene la culpa, así que se estampa contra el empotrado, el único lugar de la casa al que no se le permite el acceso –y, por tanto, el más codiciado-. Pero eso es otra historia. Se adentra en el dormitorio, atraviesa la mullida alfombra que imita al césped, se sube a la cama de un salto rápido y mordisquea la mano de su compañera. Mmmmmñff… El zumbido del despertador parece que suena con más energía. ¡Desayuno!

S + 7

Estaba paseando por el campo cuando, de repente, escuché un tremendo alboroto en una granja cercana. Una tubería se había sobrecargado hasta reventar y estaba anegando los terrenos colindantes. El agua caía a borbotones por la ladera y los animales correteaban como locos, mugiendo, ladrando, balando, relinchando. El granjero trataba de guiarlos hacia un terreno más elevado, sólido y seco.

Mientras tanto, en el redil de las ovejas, el agua empezaba a colarse por todos los rincones, dificultando la entrada y la salida. El perro pastor, leal y valiente, corrió a avisar a su amo. El granjero acudió raudo a rescatar a sus ovejas. Con el agua hasta la cintura, las fue levantando una a una para empujarlas hacia afuera. Tras un arduo esfuerzo, consiguió poner a salvo a todas menos a una, que no se comportaba de forma similar a las demás. En vez de dejarse llevar, se resistía a los brazos de su amo: los dedos del granjero entre sus rizos lanudos le provocaban cosquillas. El perro pastor acudió en su ayuda y fue tan aterrador el ladrido que dio, que la oveja salió despavorida y salvó su vida. Nunca borraré de mi cabeza aquella imagen de una oveja nadando.

Palabras propuestas: cortina, andén, iluminación, soberbio, otoño, silla.
Palabras + 7: cosquillas, anegar, imagen, sobrecargar, oveja, similar.


Incipits
  
El tren avanzaba impetuosamente, con ritmo furioso y entrecortado. Tenía que detenerse, cada vez con mayor frecuencia, en estaciones de poca monta donde permanecía unos momentos esperando con impaciencia la señal para volver a embestir la pradera. (*)

Cuando se detuvo en el apeadero de un pequeño pueblo, del que no había oído hablar en la vida, se subió Angelines. Era la muchacha más hermosa que había visto jamás. Lucía una frondosa melena castaña, sus ojos brillantes irradiaban simpatía y su sonrisa enamoraba. Así me quedé, como un tonto, admirando su gracia, deseando su cuerpo, soñando un beso suyo. Imaginé un paseo con ella de la mano por esas verdes praderas. Y fantaseé con mis manos en otros lugares, si es que ella me lo permitía.

Me desperté del ensueño de repente, cuando ella se me acercó con paso ligero y me hizo una pregunta. No consigo recordar qué fue lo que preguntó, pero sí su gesto alzando una pequeña cesta de mimbre. Me incorporé como pude, algo alelado, me presenté y la ayudé a colocar las bolsas en el portaequipajes. Intercambiamos algunas palabras de cortesía y, en el momento de alzar la cesta, por no tener la mirada donde debía, resbaló de mis manos y se me estampó en la cabeza. Un amasijo de cáscaras rotas, claras y yemas me escurría por el pelo y yo sólo deseaba que me tragara la tierra. La imagen de un muchacho de ciudad, sonrojado y torpe, debió picar la curiosidad de Angelines pues, al llegar a la ciudad, aceptó mi tímida propuesta de que la invitase a cenar. Y esta es la historia de cómo conocí a vuestra abuela. 

(*) Patricia Highsmith (1950), Extraños en un tren

viernes, 29 de enero de 2016

Sobre la publicidad sexista

Hace unos días leí un artículo de Barbijaputa sobre publicidad sexista que me hizo mucha gracia (no vamos a estar llorando por las esquinas todo el tiempo, ¿no?) y que me recordó algunos contenidos interesantes que trabajé en un curso de la Faktoría Lila. Para empezar, os invito a que leáis el artículo de Barbijaputa, ya que es muy ilustrativo y además su estilo ácido me encanta. Y, ya que estamos, aprovecho este momento de inspiración para resucitar el blog y compartir con vosotros algunos textos que redacté durante el curso.

Primero: ¿Una publicidad no sexista es posible?

En el tema relacionado con la importancia del uso no sexista de las imágenes, hemos podido estudiar, a través de diferentes textos y documentales, la manera en la que la sociedad patriarcal representa a las personas. Las imágenes que se muestran, tanto de hombres como de mujeres, en los medios de comunicación son el reflejo de lo que se espera de nosotros. Aunque esta transmisión de estereotipos está presente en todos los canales comunicativos (cine, prensa, radio, programas de televisión), donde más patente queda es en la publicidad, encargada de fabricar sueños y crear necesidades.

¿Cómo podríamos hacer un uso no sexista de las imágenes en publicidad?

La mayoría de los anuncios que muestran estereotipos de género son tan groseros y descarados que bastaría con dejar de emitirlos, ya que no tienen un arreglo posible: aquellos que muestran cuerpos de mujeres prácticamente desnudas en una clara actitud sexual como reclamo para vender productos (cuando no se está anunciando nada relacionado con el disfrute sexual), los que manifiestan violencia de cualquier tipo, los que encasillan a la mujer en el clásico rol de arpía, frívola, envidiosa y castradora, los que muestran a los hombres como obsesos sexuales descerebrados arreglacosas, etc. Pero, a pesar de lo mucho que me repugnan estos anuncios, he decidido centrar mi análisis en aquellos que muestran la trasmisión de valores tradicionales y sexistas dentro del seno familiar, puesto que son más sutiles y pasan más desapercibidos y, por tanto, su mensaje llega a los hogares con más facilidad, perpetuando de esta forma unos estereotipos de género que se convierten en la norma y que a poca gente le resultan chocantes o criticables. Al fin y al cabo “así ha sido siempre”.

He seleccionado cuatro anuncios breves de la marca de alimentación Gallina Blanca que han llamado mi atención porque, de forma simpática y sutil, nos muestran cómo el rol de ama de casa perfecta, cuidadora, atenta y servicial, se transmite de madres a hijas. En este caso, considero que el mensaje sexista que subyace en los anuncios no busca mostrar sólamente cómo debe comportarse una buena mujer, sino que nos insta a las mujeres a escuchar los consejos domésticos de nuestras madres y a educar de la misma manera a nuestras hijas. Los anuncios nos quieren comunicar que las mujeres, a lo largo de la historia, han ejercido como correa de transmisión de valores tradicionales y parece ser que éstas, lejos de intentar romper las cadenas que las mantienen atrapadas en sus cocinas, quieren encadenar y someter también a sus hijas. Por desgracia, la sociedad patriarcal, sustentada en valores machistas, ha permitido esto durante muchas generaciones e incluso se siguen viendo casos así hoy en día.

Los anuncios son los siguientes:

Bloque 1. Niña que ya, desde pequeña, aprende y muestra con orgullo una serie de trucos culinarios ante la satisfecha mirada de su madre. El padre y el hermano son meros ornamentos del hogar que degustan los platos (comparto los enlaces pero no inserto los vídeos porque, cuando lo intento, youtube me lanza una advertencia inquietante, y no quiero líos):

Pechuga de pollo
Filete de pescado

En estos anuncios encontramos algunos detalles curiosos.

Por una parte, a pesar de que en ambos podemos ver cómo hay hombres habitando la casa, la niña tan sólo busca captar la atención de su madre. En los dos anuncios, la niña parece haber adquirido una serie de conocimientos y trucos relacionados con la cocina, como por ciencia infusa (¿acaso será que las mujeres lo llevamos grabado en los genes?) y está deseando conseguir la aprobación de su madre, puesto que ha alcanzado uno de sus primeros logros de mujer adulta. Mientras toda la familia degusta la exquisitez, la madre tiene un gesto de cariño y complicidad hacia su hija. Ella parece sentir que, como madre, su labor está siendo un éxito.

Por otra parte, resulta interesante ver cómo, en el slogan final –locutado por un hombre- se nos invita a sacar “el cocinero” que llevamos dentro. Cocinero en masculino. Planteamos la posibilidad de que la idea que se pretende transmitir es que las mujeres son buenas en la cocina por el simple hecho de ser mujeres y que, gracias a las fórmulas precocinadas y sencillas (que hasta las niñas pequeñas entienden), incluso los hombres podrían llegar a cocinar cosas ricas y saludables. Aunque esta afirmación es solo es una teoría conspiranoica mía.

Me molestan estos anuncios de forma especial por el hecho de que habría resultado muy sencillo plantearlos de una forma no sexista. Ya que la marca se ha tomado la molestia de grabar dos versiones muy similares del mismo anuncio, no habría costado nada que uno de ellos lo protagonizara una niña y el otro un niño. Ambos podrían llamar a sus progenitores (“Mamá, papá, mirad lo que hago”) y no sólo a mamá. Y en la mesa cenando podrían estar interactuando los cuatro. Como la propuesta no sexista habría sido así de simple, no puedo evitar sentir que está grabado así de forma deliberada y consciente.

Bloque 2. Mujeres que exhiben con orgullo sus logros culinarios y sus madres se muestran muy complacidas al ver lo bien que han educado a sus hijas.

Sopa de sobre
Pastillas de avecrem

En el primer anuncio vemos cómo una madre increpa a su hija el hecho de que sirva para cenar una sopa de sobre. La hija, segura de sí misma y de su labor como ama de casa (al fin y al cabo, ya es madre también) comenta las maravillas de la marca en cuestión, tan buena que sus sopas alcanzan el nivel de calidad y sabor de una “sopa de madre”. La familia sigue siendo un ornamento; en este caso, la destinataria de las delicias de la madre. Cabe señalar que, tanto en estos anuncios como en los anteriores, se nos muestran familias que reflejan el esquema tradicional heteronormativo, es decir: papá, mamá, niño y niña y, en este caso, la abuela.

Además, el anuncio está sazonado con algunos tópicos, como que la madre de la madre (la abuela) sea una entrometida y que, a pesar de ser una invitada en la mesa de su hija, tenga que acercarse al puchero a opinar, comentar y criticar. Además, no sólo es madre, también es suegra y, cuando hace el comentario jocoso de que se va a quedar a vivir allí con ellos, el padre y el hijo manifiestan algún tipo de reacción (entendemos que de desaprobación). Estas distintas representaciones de las mujeres no nos benefician en absoluto, puesto que refuerzan estereotipos sexistas que siguen calando en la sociedad, por muy ridículos y descarados que resulten.

En el segundo anuncio vemos a unas mujeres de aspecto cuidado y edad indefinida que conversan en una cocina (¿dónde si no?) en torno a un fogón que calienta un puchero. La cocina, a pesar de estar en uso, se encuentra impecable, así como la cocinera. No vemos trapos sucios, delantales, salpicaduras o extractores de humos; sólo un puchero apetitoso y unas señoras que irradian glamour. Parece que el anuncio nos quiera convencer de que realizar las tareas domésticas y mostrarse elegante al mismo tiempo no son cosas reñidas. Si estas mujeres pueden hacerlo, ¿por qué no las demás? Las dos mujeres invitadas (quienes parece que no tengan ninguna otra ocupación, como un trabajo, por ejemplo) interrogan a la anfitriona sobre sus secretos para hacer una comida tan suculenta. La señora de la casa comparte con sus amigas su truco ante la presencia de su orgullosa madre, quien las alecciona desde su posición superior de ama de casa experimentada.

Además, cabe señalar que las actrices que interpretan a la madre y a la hija en este anuncio son dos figuras públicas de referencia para muchas mujeres de España, puesto que sus programas de televisión, emitidos en la franja horaria matinal, clásica de las amas de casa, tratan de abordar todos aquellos temas relacionados con el “universo femenino” (aspecto físico y salud, productos “para mujeres”, cuidado personal y de la familia, recetas de cocina, etc.).

Para conseguir que estos dos anuncios y otros del mismo estilo no sean sexistas, bastaría con unas sencillas pautas. La más importante y eficaz sería mostrar realizando las diversas tareas domésticas tanto a hombres como a mujeres de distintas edades. Además, el resto de personas que figuran no siempre tendrían que ser madres, hijos o maridos: podríamos ver a abuelos con nietas, a compañeros de piso, a jóvenes con perros, y un largo etcétera. Cualquier combinación debería ser perfectamente admisible, puesto que la diversidad en los hogares es una realidad social. Además, aunque los anuncios con glamour y las cocinas grandes, luminosas e impecables son una delicia para la vista, no estaría de más mostrar contextos más realistas o personas vestidas de una forma más acorde a la tarea que están desempeñando. Además, sería positivo mostrar a hombres y mujeres atendiendo a sus hijos y cuidando de sus hogares y que, además, tuviesen otro tipo de ocupación (trabajos, aficiones, otras cosas que los definan).

En conclusión, se trataría de reflejar una visión de la sociedad más realista, más acorde a estos nuevos tiempos, más libre de prejuicios y estereotipos. Y, aunque es cierto que en muchos hogares se sigue manteniendo un estatus tradicional, los medios deberían ejercer un papel crítico mostrando que otro mundo es posible.

Segundo: La representación de la Madre en publicidad

Hace apenas unas décadas, el confinamiento de las mujeres al estrecho espacio de su hogar limitaba su desarrollo como personas, les colocaba un techo invisible que les impedía progresar, soñar, crecer. Todo atisbo de ambición que hubiese en ellas se diluía en esta situación de encierro y se producía una despersonalización, una pérdida de identidad, una terrible confusión. Las revistas, la radio y, en especial, la televisión (con franjas especiales destinadas a las mujeres, que se encontraban en el hogar durante el horario laboral), gobernadas por la normativa del patriarcado, conseguían convencer a estas mujeres de que su verdadera misión se encontraba en el hogar. Les inculcaban un rol que acababan asumiendo convencidas de que era lo mejor para ellas y para sus familias (sin las cuales, ellas no eran nada).

A día de hoy, aunque los cambios sociales hacia la igualdad presentes en nuestra sociedad son innegables, todavía son insuficientes. Por ejmeplo, podemos apreciar cómo los medios de comunicación todavía siguen transmitiendo estereotipos sexistas muy perjudiciales y dañinos para las mujeres, especialmente para las niñas y adolescentes, que todavía están descubriendo el mundo y forjando su identidad.

Por ello, quiero realizar un breve análisis de una serie de anuncios televisivos con los que las cadenas nos bombardean diariamente y que me producen un verdadero malestar, así como una profunda impotencia.

En primer lugar, los anuncios más habituales que nos encontramos al encender un televisor son los de productos de limpieza. En ellos, una persona se encuentra en la tesitura de tener que eliminar una mancha terrible y, en medio del caos y la suciedad, la ayuda se manifiesta en forma de producto milagroso. Hasta aquí todo correcto. Hemos pasado por diversos estilos de anuncio a lo largo de los últimos años: los personajes que aparecen son varias mujeres en el hogar, o es un hombre el apurado y la mujer la salvadora, e incluso en ocasiones es un hombre el salvador, como en el caso del famoso mayordomo. De hecho, son muchas las personas que encuentran cierto equilibrio en este tipo de anuncios, puesto que podemos ver a hombres y a mujeres “por igual”. Por poner un ejemplo, en uno de los anuncios del producto del “cacito”, efectivamente nos encontramos a un hombre y a una mujer ante la lavadora. Pero, aunque las diferencias parezcan sutiles, desde una perspectiva crítica son abismales. Él es un hombre decidido, autosuficiente y versátil, capaz de lavarse su propia ropa y de dar consejos a otros. Sin embargo, la frase exacta de ella es “mi marido ha traído esta mancha de aceite”. Con ese simple detalle, el anunciante ha conseguido mostrarnos a una mujer dependiente, que lava para otras personas, que cuida del hogar mientras el marido gana el pan fuera. La representación de ambos géneros en un simple anuncio de escasos segundos es totalmente asimétrica.

Lo mismo ocurre en los anuncios en los que una mujer de mediana edad, arreglada pero discreta y sin salir de su cocina, se siente agobiada porque su vitro ya no brilla como antes, o su lavavajillas huele fatal. Este hecho le provoca culpabilidad y vergüenza. Ella, como mujer que es, atiende a sus tareas del hogar lo mejor que puede pero, ante una circunstancia así, recurre al “experto”, que es un hombre. En uno de tantos, el “experto” acude al hogar a aleccionar a esta mujer a la que, de paso, acusa de rácana por no comprar el producto que recomiendan los fabricantes, ante la inquisidora mirada de la madre de ella. En ningún caso podía faltar la madre, quien, por el simple hecho de ser madre, es conocedora de todo lo que tenga que ver con el cuidado del hogar a pesar de que, cuando tenía la edad de su hija, ni siquiera existían los lavavajillas. El “experto” reprende a la mujer, su madre asiente avergonzada (no consigue entender cómo su hija es tan torpe e inútil) y la mujer, resignada, emplea el producto que salva su dignidad como ama de casa. Existen variantes, puede ser una amiga la que saque los colores a la anfitriona (con amigas así, ¿quién quiere enemigas?) o incluso podemos llegar a ver cómo una mujer pide disculpas a su lavavajillas por haberlo tenido tan desatendido (WTF!).

Aquí teneis unos cuantos ejemplos: ¿Por qué tapas la vitro, hija mía?, Finish, pruébalo y juzga tú misma, mujer, Con vitroclen tu cocina y tú no daréis pena, Hace falta estudiar mucho para saber que la mierda mancha, Qué sexy te pones cuando lo intentas, etc.

Podemos comprobar cómo los anuncios están dirigidos siempre a ellas. Por eso, cabe destacar que, si este tipo de anuncio es tan dañino, no es únicamente porque encasille a la mujer en un rol anticuado y sexista que limita sus movimientos a los metros cuadrados de baldosa de su cocina. Es porque, además, trata de inculcar a las telespectadoras un sentimiento de responsabilidad hacia el “brillo” de su hogar. Es decir, que por mucho que hoy en día los hombres se sientan concienciados y colaboren a partes iguales en las tareas de limpieza, la responsabilidad última, sobre todo en caso de conflicto, siempre es de la mujer. Algo tan simple como la expresión “ellos deberían ayudar más en casa” implica que la tarea es de ellas. Y esto debe acabar.

En segundo lugar, me gustaría hacer hincapié en la figura de la Madre. La Madre, con mayúscula. Ya hemos comentado su papel de transmisora del rol de “buena mujer” hacia las siguientes generaciones, y de supervisora de que se cumpla. Pero ahora quiero centrarme en esos anuncios dirigidos a las Madres. Esas mujeres que, por arte de magia, son conocedoras de todo lo ancestral, de lo humano y lo divino, por el simple hecho de haber parido. Por supuesto, no pretendo quitarle valor a esa experiencia, ni desmerecer el importantísimo papel de las madres y de los padres que se desviven por su prole y son capaces de compaginar trabajo, estudios, casa, vida social, hijos y perro. Tan solo trato de sacar a la luz una campaña de elogio hacia la mujer tradicional que, ante todo, es Madre y que, al mismo tiempo, implica un desprestigio hacia aquella que no lo es o que ha decidido que nunca lo será.

Mediante estos anuncios, da la sensación de que una mujer que no es Madre poco sabe de la vida, todavía es una alocada, irresponsable y despreocupada que tiene mucho que aprender. Solo se preocupa de estar perfectamente depilada, de no perderse una fiesta y de llevar un sujetador a juego con el color de sus ojos. Y todo ello para salir al mercado de lo sexual y encontrar a ese hombre que al fin la haga Madre. En cambio, a la que ya es Madre se la muestra como una mujer totalmente dedicada a la causa, que solo vive para darles a sus hijos lo mejor y para sacrificarse por todos. Está dispuesta a dejar de lado su trayectoria profesional, sus ambiciones, sus aficiones e incluso a sus amigas por estar siempre disponible para sus hijos, que son lo único que importa. Alguna incluso es capaz de estar sexualmente perfecta para la noche, cuando su marido llega del trabajo y los niños ya están acostados. Está claro que, a estas madres, cualidades no les faltan. Y son capaces de hacerlo todo con una cálida sonrisa.

Un ejemplo aberrante de este tipo de mensaje es este anuncio de leche materna en polvo, una fórmula ultra-mejorada que es lo mejor para el niño (varón). Ella, “como Madre, sabe lo que es mejor para su hijo”. No necesita estudiar, ni saber nada de química, ni preguntarle a un médico. Tan solo parir. Como una epifanía, la sabiduría la invade. El poder de la Madre todo lo puede. Es algo instintivo y casi sobrenatural. De hecho, todavía no he visto un anuncio en el que digan que “tú, como Padre, también sabes de qué va esto”. Los padres podrán implicarse en la educación y cuidado de los hijos, pero nunca estarán a la altura (parece que nos quiera decir este tipo de anuncio). No obstante, para rematar, el anuncio nos muestra a un grupo de “expertos” (una vez más, casi todo hombres) en un laboratorio, en bata y mirando por sus microscopios, trabajando muy duro por encontrar la clave de la leche perfecta, la que se parezca lo más posible a la de la Madre. Poco más que añadir, salvo otro ejemplo: tú eres la primera, mamá.

Por último, me gustaría hablar también sobre ciertos anuncios de galletas. El desayuno es uno de los momentos estelares de la Madre. Mientras el marido y los hijos se preparan para su trabajo y colegio respectivamente, ella dirige la acción de la familia desde su cocina, como una directora de orquesta. Sabe qué es lo mejor para ellos y se lo proporciona (aquí hablo de galletas, pero pueden ser yogures o batidos). En un anuncio en particular, el de Galletas Lulú, cursis a más no poder, podemos ver a un osito de dibujos despertando al pequeño hijo varón. Después lo acompaña a la cocina, donde lo espera su Madre sonriente (y muda) con el desayuno perfecto preparado. Como guinda del pastel, la Madre se despide de su pequeño por la ventana de la cocina; el niño se mete en el coche y el padre-marido (que pasa por el anuncio como un rayo) le lanza un beso con la mano. Ella se queda sola (bueno, con el oso imaginario), perfectamente arreglada, expectante, contemplando la vida a través del cristal de su ventana, satisfecha con su misión cumplida.

Y ya para terminar, aunque no venga mucho a cuento, quiero mostraros el anuncio de Dora, sirena de verdad, ya, puesto que ha sido mi favorito de esta última campaña navideña, pero no por el juguete en sí, ni por las fantasias animadas de la cría, perfectamente comprensibles (¿quién no ha soñado alguna vez con ser sirena y salir a nadar y perderse un rato por los océanos?). Lo que me apasiona del anuncio es la Madre extasiada al contemplar a su pequeña princesa. No cabe en sí de gozo. Me declaro fan.

Como conclusión, quiero señalar que estos anuncios son peligrosos y dañinos precisamente porque no es fácil percibir maldad en ellos. Muchas personas podrán pensar que son bonitas piezas audiovisuales que ensalzan a las amas-de-casa-madres y les dan el reconocimiento que merecen. Por eso considero fundamental y necesario encender el televisor con espíritu crítico y sacar a la luz estos fenómenos. Es esencial que los más pequeños no vean en estos anuncios los modelos de masculinidad y feminidad que deben imitar y aprender, y que sean capaces de construir su identidad en base a su propio criterio, sin la influencia de estos estereotipos anticuados y sexistas. De ahí la gran importancia que tiene una educación por la igualdad desde el hogar y las escuelas.