jueves, 11 de febrero de 2016

Sobre la escritura creativa

Hace unos meses pude asistir un taller de escritura creativa, junto a mi amiga Zulay, impartido por la escritora Marta Sanuy y resultó ser una experiencia muy bonita y enriquecedora. Marta es una gran profesional y sabe contagiar entusiasmo, de hecho salíamos todas de clase con ganas de llegar corriendo a casa para teclear.

A Zul y a mí nos supuso una desconexión con la escritura académica muy satisfactoria y necesaria, tantas "normas APA" nos estaban provocando cortocircuitos. En mi caso, hacía meses (o años) que no dejaba fluir mi mente para crear algo bonito o plasmar mis emociones, y me invadía un sentimiento de carencia. Hace un tiempo descubrí que el dominio del lenguaje y el ejercicio de autoconocimiento nos ayudan a tener una experiencia vital más plena y rica y, por eso, últimamente sentía que me faltaba algo. 

Marta nos enseñó algunas técnicas creativas propias del Oulipo y nos invitó a reflexionar, a observar y a disfrutar relatando nuestra propia historia. Me gustaría compartir con vosotros los ejercicios que entregué para el taller.

La casa

Cinco minutos más... Es lo que susurra su compañera cuando rompe la calma el zumbido del despertador. Ella alarga el brazo, busca a tientas entre los objetos abstractos de la mesilla de noche, agarra con torpeza su teléfono y pulsa el botón “posponer”. Recoloca sus mullidos cojines, suspira y se recuesta como inerte entre las sábanas. No está acostumbrado a verla madrugar. La conoce y sabe que se siente más cómoda viviendo de noche, pasando las horas en su estudio abarrotado de libros, papeles, bolígrafos y algunos tesoros. Eso sí, no hay ni una mota de polvo. Ese caos disfrazado de desorden es su mundo, su zona de confort, su refugio y a él le gusta andar por ahí, sigiloso, invisible, haciéndole compañía a su manera felina. En ocasiones, se entretiene escondiendo cositas pequeñas como clips, gomas de pelo o algunas monedas. Su compañera solía desesperarse, pero ya no. Ha comprendido que estos juegos son simpáticas muestras de amor. Otras veces, mientras ella escribe en el ordenador, a él le gusta enrollarse como una bolita peluda en su regazo y quedarse dormido escuchando el monótono tacatá de las teclas.

Como tiene mucha hambre, decide subir de un brinco a la cama y arañarle los pies. Quiere su desayuno y lo quiere ya, nada de “posponer”. Como ve que sus arañazos no surten efecto, opta por maullar, brincar y salir corriendo a la cocina, para que su compañera se dé por aludida. El platito vacío, colocado entre la nevera y la puerta de la terraza, es ahora mismo su única preocupación en el universo. Y eso que no le gusta pasar en la cocina más tiempo del estrictamente necesario; son demasiados monstruos escandalosos los que lo observan con mirada fría de acero. Uno gira, hace unos ruidos espantosos y escupe ropa mojada, otro se pone tan caliente como el mismísimo infierno, otro pita, otro silva… aunque el peor es el que tritura y machaca. Es imposible dar un tranquilo paseo sobre la ajada encimera y curiosear entre los frascos y aceiteras, nunca se sabe qué peligros pueden acechar…

Por eso le gusta más pasear por en el salón. Hay infinidad de cosas divertidas y masticables. Montones de revistas arrugadas apiladas por los rincones, un par de peluches y una manta en el sofá –reservada para las tardes de cine y palomitas cuando llueve fuera-, plantas de plástico, jarras de cerveza de distintos tamaños y formas, un reloj sin pilas, un viejo álbum de fotos y una entretenida colección de DVDs. La considera entretenida porque cuando tira uno, caen todos. Su compañera ya no se enfada, como cuando era cachorro. Ha aprendido a amarlo tal y como es, a entender sus rarezas de gato, a compartir con él todo lo suyo y a convivir con sus pelusas y sus malos olores.

Y eso que en el baño es muy cuidadoso. Es un lugar extraño, caluroso y húmedo, demasiado brillante para su gusto, demasiado resbaladizo. Se trata de un espacio privado al que acude cuando siente la llamada de la naturaleza, o cuando su compañera lo invita a purificar y sanear su piel y su largo pelo. No entiende por qué muchos de sus primos aborrecen el agua, con lo agradable que es chapotear y tratar de explotar las pompas de jabón. Además, considera que la higiene es algo vital y sagrado, como un rito ancestral que te arranca los malos humores y las oscuridades internas y te devuelve al mundo con más fuerza y con más luz.

Hablando de luz… Los rayos del sol empiezan a colarse tímidamente por las rendijas de las persianas. Al final la compañera llegará tarde. Como buen gato doméstico, sabe que su deber es mantener el equilibro en el hogar para evitar sofocos. Echa a correr por el pasillo de vuelta al dormitorio pero le cuesta frenar, el pulido y brillante suelo de terrazo tiene la culpa, así que se estampa contra el empotrado, el único lugar de la casa al que no se le permite el acceso –y, por tanto, el más codiciado-. Pero eso es otra historia. Se adentra en el dormitorio, atraviesa la mullida alfombra que imita al césped, se sube a la cama de un salto rápido y mordisquea la mano de su compañera. Mmmmmñff… El zumbido del despertador parece que suena con más energía. ¡Desayuno!

S + 7

Estaba paseando por el campo cuando, de repente, escuché un tremendo alboroto en una granja cercana. Una tubería se había sobrecargado hasta reventar y estaba anegando los terrenos colindantes. El agua caía a borbotones por la ladera y los animales correteaban como locos, mugiendo, ladrando, balando, relinchando. El granjero trataba de guiarlos hacia un terreno más elevado, sólido y seco.

Mientras tanto, en el redil de las ovejas, el agua empezaba a colarse por todos los rincones, dificultando la entrada y la salida. El perro pastor, leal y valiente, corrió a avisar a su amo. El granjero acudió raudo a rescatar a sus ovejas. Con el agua hasta la cintura, las fue levantando una a una para empujarlas hacia afuera. Tras un arduo esfuerzo, consiguió poner a salvo a todas menos a una, que no se comportaba de forma similar a las demás. En vez de dejarse llevar, se resistía a los brazos de su amo: los dedos del granjero entre sus rizos lanudos le provocaban cosquillas. El perro pastor acudió en su ayuda y fue tan aterrador el ladrido que dio, que la oveja salió despavorida y salvó su vida. Nunca borraré de mi cabeza aquella imagen de una oveja nadando.

Palabras propuestas: cortina, andén, iluminación, soberbio, otoño, silla.
Palabras + 7: cosquillas, anegar, imagen, sobrecargar, oveja, similar.


Incipits
  
El tren avanzaba impetuosamente, con ritmo furioso y entrecortado. Tenía que detenerse, cada vez con mayor frecuencia, en estaciones de poca monta donde permanecía unos momentos esperando con impaciencia la señal para volver a embestir la pradera. (*)

Cuando se detuvo en el apeadero de un pequeño pueblo, del que no había oído hablar en la vida, se subió Angelines. Era la muchacha más hermosa que había visto jamás. Lucía una frondosa melena castaña, sus ojos brillantes irradiaban simpatía y su sonrisa enamoraba. Así me quedé, como un tonto, admirando su gracia, deseando su cuerpo, soñando un beso suyo. Imaginé un paseo con ella de la mano por esas verdes praderas. Y fantaseé con mis manos en otros lugares, si es que ella me lo permitía.

Me desperté del ensueño de repente, cuando ella se me acercó con paso ligero y me hizo una pregunta. No consigo recordar qué fue lo que preguntó, pero sí su gesto alzando una pequeña cesta de mimbre. Me incorporé como pude, algo alelado, me presenté y la ayudé a colocar las bolsas en el portaequipajes. Intercambiamos algunas palabras de cortesía y, en el momento de alzar la cesta, por no tener la mirada donde debía, resbaló de mis manos y se me estampó en la cabeza. Un amasijo de cáscaras rotas, claras y yemas me escurría por el pelo y yo sólo deseaba que me tragara la tierra. La imagen de un muchacho de ciudad, sonrojado y torpe, debió picar la curiosidad de Angelines pues, al llegar a la ciudad, aceptó mi tímida propuesta de que la invitase a cenar. Y esta es la historia de cómo conocí a vuestra abuela. 

(*) Patricia Highsmith (1950), Extraños en un tren

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