miércoles, 19 de mayo de 2010

Felicidades mami

Ayer fui a la verdulería de mi barrio a por suministros para toda la semana. ¡Tenía todo una pinta fantástica! ¿Quién me iba a decir a mí, cuando apenas era una niña a la que le colgaban los pies de la silla de la cocina, que acabaría "de mayor" yendo a comprar verdura por voluntad propia?

Recuerdo que por aquella época, el día de la verdura era una auténtica tragedia griega. Mi madre intentaba que comiéramos verdura por todos los medios. Juegos, canciones, gritos, lágrimas... Todo un espectáculo. Mi hermano ya de por sí no comía mucho, y yo era más rarita que unas calenturas. Creo que en realidad no comíamos verdura por cabezones, porque cuando mi madre la camuflaba entre patatas, huevos y tomate, nos la comíamos sin rechistar. Pero si la ponía tal cual, en la cocina, con ese olor tan característico que tiene la verdura cuando la cocinas, actuábamos como auténticos mulos. Algunos platos los recuerdo salados, ya que se mezclaba el sabor de la comida con mis llantos. Eso podía provocar el llanto de mi madre, o bien una buena colleja.

En una ocasión, mi madre, en un intento desesperado de que comiéramos sin montar un circo, y agotando su último cartucho, nos puso un plato de menestra a cada uno y colocó en el centro de la mesa una enorme canica transparente, con pequeños filamentos dorados, preciosa. "El primero que se acabe el plato ganará la preciada canica". Todo un reto. No podía quitar los ojos del poder hipnótico de aquella esfera tan bonita. Ansiaba conseguir el tesoro, así que me armé de valor, hice de tripas corazón, y engullí como si fuera mi última comida.

No recuerdo quién ganó finalmente la canica. Pero nunca olvidaré el esfuerzo y la ilusión de mi madre por educarnos y alimentarnos lo mejor que pudo. No tiene que ser nada fácil. Cada vez que pienso que estoy en plena edad de empezar a concebir, me sobreviene el miedo a que no seré capaz, que me vendré abajo, y sobre todo el pesar de que mi madre, la mejor madre del mundo, no estará a mi lado todos los días para iluminarme con su sabiduría. Bueno, aunque nunca se sabe.

Felicidades mamá. Te deseo lo mejor en este día tan especial. Te pido disculpas por todas las veces que te he fallado y que no he estado a la altura. Y mi regalo en el día de hoy es recordarte una vez más que tú si has estado a la altura SIEMPRE, que soy lo que soy gracias a ti, que sólo conservo buenos recuerdos y que vosotros y David sois lo más maravilloso que tengo en la vida. Estoy muy orgullosa de ti, de tu vida ejemplar, de tus virtudes y de tus debilidades (que son tan parecidas a las mías).

¡TE QUIERO MUCHO!

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