jueves, 15 de enero de 2015

Sobre los piropos

El observatorio de la Violencia de Género propone erradicar los piropos por ser considerados una invasión a la intimidad de la mujer. Como era de esperar, esta petición ha resultado ser muy controvertida y ha dado que hablar. Mucha gente no ve una actitud sexista en el piropo, sobre todo aquellas personas que los regalan con todo su cariño y buena intención. A mi me encanta decirle a la gente lo guapa que está o lo estupendo que me ha resultado un escrito suyo, por ejemplo. Pero si intentamos comprender la noticia en su contexto, el asunto tiene mucha más miga.

Bajo una perspectiva feminista crítica, entendemos que nuestra sociedad está construida desde un punto de vista androcéntrico y heteronormativo, es decir, que considera al hombre heterosexual como centro de referencia cultural y social. Esta visión define al hombre como un sujeto activo, participativo y dueño de su vida, y a la mujer como un objeto (o sujeto pasivo), dependiente de otras personas y cuyo ser gira en torno a su sexualidad. Basta con encender el televisor unos minutos para darnos cuenta de que los medios siguen perpetuando estos estereotipos de forma cada vez más grotesca. Si alguien tiene interés en profundizar en este fenómeno, le recomiendo que vea el documental Miss Escaparate que, aunque esté sustentado en datos norteamericanos, no olvidemos que nuestra cultura bebe de la suya demasiado. El tratamiento que hacen los medios de comunicación de la imagen de las mujeres que han alcanzado cierto poder o estatus profesional es vergonzoso. Y lo más triste es que a nadie le sorprende. Poco se habla de sus méritos o logros, pero sí de sus obligaciones como mujeres (madres y esposas), de su aspecto físico o de su deseabilidad sexual, entre otras cosas. No entro a valorar si de una presentadora de noticias se dice que "está como un queso" o "es una gorda arpía". Aunque lo primero es un piropo y lo segundo un insulto, ambos comentarios invaden su intimidad, la cosifican y la devalúan no solo como profesional, también como persona.

Sin cruzar el charco y sin encender el televisor podemos encontrar casos similares en nuestro entorno diario. La siguiente situación está basada en hechos reales:

Una nueva empleada, una joven ingeniera, hace su aparición en la oficina. Un grupo de compañeros, hombres todos, comentan su llegada.
- Vaya culazo.
- Pues sí que está buena la nueva.
- Tiene una voz un poco estridente. Si supiera estar calladita, me la follaría (asumimos que un grupo de chicos, en petit comité, no se anda con finuras).
Risas mil. 
Mientras tanto, las compañeras mujeres la miran con recelo. Si a "la nueva" la consideran poco agraciada, enseguida dirán que es maja y pedirán a los chicos que la dejen en paz "a la pobre" (bastante tiene con lo suyo). Si por el contrario es delgada y atractiva, afirmarán que es una engreída y manifestarán odio hacia ella y hacia los hombres que la admiran. "Sois todos iguales, unos cerdos". Nadie comenta en qué universidad completó sus estudios, si habla idiomas, si tiene experiencia, o cosas así...

Ellos han asimilado que está bien comentar los cuerpos de las mujeres y su grado de deseabilidad. Además, también parecen tener bien asumido que son sujetos activos hasta el punto de que la opinión de ella ni cuenta ("me la follaría"; obviamente, ella no va a decir que no, ¿verdad?). Mientras, a nosotras nos han enseñado a ser competitivas, de ahí la fama que tenemos de ser malvadas y envidiosas, especialmente cuando trabajamos juntas.

Todo esto no son más que estereotipos concentrados en una anécdota. Sé que muchos y muchas no sois así, pero seguro que habéis vivido numerosas situaciones similares o, al menos, las habéis visto reflejadas en televisión. Y si no, os pido que, a partir de ahora, os fijéis con más atención porque, por sutiles que parezcan estas situaciones, se manifiestan en nuestro entorno con frecuencia.

El hecho de que el cuerpo de una mujer sea considerado un objeto que puede ser comentado y evaluado es algo que he comprobado en mis propias (y abundantes) carnes a lo largo de mi vida y especialmente ahora, durante el embarazo. Ignoraba que el hecho de estar embarazada otorgara a la gente de mi entorno una especie de carta blanca para decirme lo que sea, cualquier cosa, por grosera que suene. Bastante gente resalta mi hermosura asociada a la plenitud de traer una nueva y deseada vida al mundo, y es de agradecer. Me encanta proyectar felicidad. Pero claro, el embarazo lleva asociado un factor colateral inevitable, que es la gordura. Evidentemente. No vamos a llevar a la criatura en un bolso. Y aquí es donde la cosa se complica, porque todos sabemos el efecto de aversión que provocan las tallas grandes en la gente. Ya he tenido que escuchar comentarios como "recuerda que no debes comer por dos, ¿eh?", "¿solo estás de 6 meses y ya tienes esa barriga? Estás gordita, ¿eh?", "no dejes crecer tanto a la niña, que ya verás luego para parirla" y otras tantas estupideces por el estilo. No importa que yo sea obediente y siga a rajatabla los consejos de mi médico, que me cuide y que los resultados de mis analíticas sean estupendos. Porque las gordas no tenemos credibilidad ninguna. Está claro que si estamos gordas es porque estamos haciendo algo mal. Y la gente siente que es su deber advertirnos de los grandes riesgos que corre nuestra salud por el sobrepeso (cuando ninguna de estas personas se han interesado jamás por mis análisis ni por la opinión de mi médico quien, por cierto, considera que mi peso es correcto). La salud es la eterna excusa para enarbolar la bandera de la gordofobia. Además, a mí no me molesta que me describan como gorda, puesto que es un hecho objetivamente cierto. Tengo ahora mismo una hermosa panza que alimenta y protege a mi hija. Lo que me disgusta es que, en nuestro mundo, el calificativo "gorda" lleve asociadas otra serie de características como vaga, descuidada, glotona, tramposa e irresponsable, por nombrar algunas. Así de bruta es la gente gordófoba. Sin criterio, cegada por los prejuicios. Es terrible lo dañino que puede resultar esto para mujeres inseguras, con la autoestima baja y con poca fortaleza. Y, aunque a mí estas cosas no me afectan, debo seguir luchando por mis compañeras.

Como conclusión, quiero remarcar que, en mi opinión, los piropos de buena fe, cariñosos, educados y que hacen alusión a diversos aspectos de nuestro ser, en un clima de confianza, siempre son agradables de escuchar. Por el contrario, aquellos comentarios relacionados únicamente con el aspecto físico y la sexualidad de una mujer los considero invasivos, desagradables y totalmente inapropiados. No tanto por los comentarios en sí (hay gente ingeniosa que suelta algunos bien originales) sino por que sostienen la creencia de que no hay nada malo en comentar públicamente el cuerpo de las mujeres, para bien y para mal. Aquellos que sueltan piropos a mujeres hermosas no se sentirán especialmente cohibidos para proferir insultos a aquellas que no lo sean tanto.

¡Ya soy un semicírculo!


1 comentario:

  1. Extraordinario análisis. Pensaba preguntarte por esta polémica. Ya no hace falta.

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